Todos los años se repite: la navidad y su fiestas correspondientes en los colegios. En el de mi hijo por fin sin pastores ni exhibiciones belenísticas por la iniciativa de diversos padres entre los que estoy incluido (como algunos ya pueden suponer). En la reunión de la APA del otro dia una madre bastante disgustada por este hecho apelaba a la tradición y a la oportunidad de aprovechar un momento de convivencia en el que se celebra la llegada del nacimiento de Jesús. Me mantuve en silencio pues las cuestiones de fe son dignas del máximo respeto y pertenecen al terreno de la intimidad de cada uno. Pero en otras ocasiones procuro informar al resto de mi opinión: las celebraciones de este tipo tienen que ceñirse a los espacios y tiempos dedicados expresamente a ello, es decir, en horario escolar y en la clase de religión, en cualquier otro momento o en cualquier lugar destinado para ello por parte de los fieles. Esta buena señora me hizo reflexionar pero tengo que decir que en mi propio colegio nos hemos despedido con gozo y algarabía, nos besamos, nos abrazamos y nos miramos en silencio o repetimos la consabidas consignas. Cada cual sabrá porqué está tan contento pero de nadie escuché ayer ninguna referencia al inminente nacimiento de ningún retoño.

Por mi parte, celebro no tener que abandonar las acogedoras mantas de mi cama para salir a la calle con 3ºC y enfrentar el culo al asiento mojado y gélido de la moto cada mañana, celebro poder descansar un poco de este trabajo a la vez tan agotador y satisfactorio para poder continuar en enero. A estas celebraciones mias se suma este año una muy especial: celebro que el claustro del colegio del niño, como ya han hecho unos cuantos en España, haya tomado una postura valiente y decidida por cumplir las garantias que proporciona nuestro Estado aconfesional. Gracias a los verdaderos solidarios, los amantes de la igualdad, de la justicia y de la paz bien entendida. Ya tengo regalo de navidad.